Participar en Farex y ver mi trabajo resaltado por EL TIEMPO fue una confirmación de que la artesanía puede ser, al mismo tiempo, belleza y responsabilidad. En un espacio que reúne a cientos de exponentes y decenas de miles de visitantes, mi propuesta de convertir plásticos de un solo uso en joyas encontró un escenario para contar su historia: la de una metamorfosis que empieza en el residuo y termina en una pieza con memoria y propósito. Más que una vitrina, Farex ha sido un puente entre tradición, diseño contemporáneo e impacto social, y ser mencionada allí me recordó por qué empecé este camino.
Mi proceso nace en la orilla del mar y en las manos que lo cuidan: recolecto, selecciono y transformo materiales que, de otro modo, contaminarían nuestros ecosistemas. Trabajo con técnicas propias —como el termoformado— para lograr texturas y volúmenes que revelan la nobleza oculta del plástico; con frecuencia parto de algo tan cotidiano como un vaso de yogur. Este laboratorio vivo se fortalece al lado de artesanos de San Cayetano (Bolívar), donde exploramos reemplazar fibras tradicionales como la iraca por plásticos revalorizados. No estoy sola: esto es un ecosistema de economía circular y colaborativa que honra los oficios, crea oportunidades y celebra la dignidad del hacer.
Lanzar nuestra web es llevar esa experiencia —investigación, trazabilidad y comunidad— a un espacio donde cada persona pueda ver el antes y el después: de residuo a reliquia. Quiero que, al elegir una pieza, sientas orgullo sereno y pertenezcas a esta conversación que une ciencia del material, oficio y cariño por el territorio. Si algo me dejó Farex es la certeza de que la moda sostenible no es una tendencia: es una necesidad urgente que se construye con transparencia, diseño y manos locales. Este es mi compromiso, y esta es la historia que seguiremos tejiendo juntas.

